sábado, 30 de octubre de 2010

Dryopteris macaronésicas, su hábitat es un paraíso.

Son endemismos únicos, bellísimos, que viven de la humedad que les aporta casi a diario el maravilloso fenómeno natural llamado lluvia horizontal, típico de todos los archipiélagos que conforman la Macaronesia y el responsable de la existencia de los exuberantes bosques de Laurisilva que cubren el norte y oeste de las islas más occidentales, no afectadas por los vientos resecos del Desierto del Sáhara. Los bosques de laurisilva son verdaderas reliquias de la Era Terciaria. Han permanecido casi inalterables durante los últimos veinte millones de años y en su momento de máxima expansión llegaron a cubrir gran parte de Europa. Además de las islas macaronésicas también se encuentran bosques de laurisilva con combinaciones de distintos árboles y arbustos perennifolios en otras regiones del mundo con un clima semejante, templado y húmedo, donde se da el fenómeno de la entrada de la brisa marina.

La lluvia horizontal, sin la cual la existencia de las Dryopteris endémicas no sería posible, consiste en la condensación de la brisa marina cargada de humedad, que a veces es tan densa como las nubes, sobre las hojas de los árboles, arbustos y helechos de la Laurisilva, donde pierde su estado gaseoso y se transforma en agua líquida, que gotea en abundancia como si de una verdadera lluvia se tratase, llegando a crear pequeños riachuelos. Este aporte casi diario de agua permite que crezca una vegetación exuberante en islas como las Canarias donde la verdadera lluvia es más bien escasa.

Copa de Erica arborea con sus ramas dobladas por el peso del agua condensada sobre sus hojas justo en el momento de ser barrida por la brisa marina cargada de humedad. Pocos segundos después volvió a brillar el sol y se oían las gotas de agua caer desde las copas de los árboles como una verdadera lluvia. Foto hecha en un bosque del municipio de San Pedro en la Isla de la Palma.

He vivido en persona este fenómeno en los tres archipiélagos más septentrionales. Y os aseguro que es una experiencia que jamás se olvida. Está brillando un sol radiante y de pronto a lo lejos ves venir hacia tí una niebla gris que surge directamente del mar, corre a gran velocidad y en pocos segundos te envuelve completamente. Se hace de noche, no puedes ver nada a más de medio metro. Te notas en la cara la caricia gélida y húmeda de la brisa que te provoca escalofríos, como si de una mano helada se tratase. Sientes mucho frío, la ropa, el cabello y la cara se empapan. Crees estar en otro mundo. En pocos segundos termina todo y vuelve a brillar un sol radiante. Y allí mismo, ante tus ojos, como si una poderosa fuerza la empujase, observas atónito, extasiado, casi hipnotizado, como se aleja la niebla barriendo la copa de los árboles y arbustos, dejando sobre sus hojas el agua de vida, que gotea hacia sus raíces humedeciendo el suelo de hojas descompuestas, de grueso mantillo, que cual esponja sedienta retiene la humedad como el más preciado de los tesoros.

Foto hecha en el preciso momento del paso de la niebla marina sobre un espeso fayal-brezal en los Llanos de Aridane de la Isla de la Palma.


En este hábitat paradisíaco vive la Dryopteris oligodonta, endémica de las Islas Canarias más occidentales, donde se la llama helecho macho. Es especialmente abundante en el maravilloso Bosque de los Tiles de la Isla de la Palma y en el impresionante Macizo de Anaga de Tenerife.

Vieja Dryopteris oligodonta en la espesa penumbra de un Garoé, Til  o Arbol-Fuente, Ocotea foetens, típico de la Laurisilva. Los guanches de la Isla de Hierro adoraban un majestuoso garoé, cuya imponente copa condensaba cada día tanta agua que él solo les abastecía. Para recogerla construyeron pequeñas cisternas a su alrededor. Por desgracia, en el año 1610, este mítico arbol-fuente fue arrancado de cuajo por un fuerte huracán.

Majestuoso tronco de Til o Garoé, Ocotea foetens, en el paradisíaco Bosque de Los Tiles, un verdadero Jardín del Edén, visita obligada para los amantes de los helechos y para cualquier persona que necesite hallar la paz de su espíritu en este loco mundo suicida. 

Caminar bajo estos árboles antediluvianos, la humedad, el aroma a tierra buena, el silencio indescriptible, sólo roto por el tintineo de las gotas de la lluvia horizontal, que caen precipitadas desde las alturas de las copas de los tiles, laureles, barbusanos, viñátigos, fayas, mocanes, brezos..., creando riachuelos y pequeñas cascadas, y por el arrullo de las palomas endémicas rabiche y turqué, absolutamente imprescindibles para la supervivencia de la laurisilva, pues se alimentan de los pequeños frutos de los árboles y arbustos, todos ellos de un tamaño ideal para ser tragados enteros por sus picos, y tras digerir su pulpa dispersan las semillas más pequeñas con sus deyecciones y regurgitan las más grandes lejos del árbol-madre. Es una simbiosis perfecta entre las palomas y los árboles: tú me alimentas y yo a cambio disperso a tus hijos, una simbiosis que ha funcionado exitosamente durante veinte millones de años.

Más hacia el norte, en la Isla de Madeira, vive la Dryopteris maderensis, endémica de esta bellísima isla portuguesa, muy abundante en los claros más iluminados del sotobosque de laurisilva que cubre las laderas montañosas de esta abrupta isla volcánica. Paseando por la cima del Monte Poíso a 1.500 msnm me vi rodeado repentinamente por una espesa niebla que me dejó empapado. Durante varios minutos no pude caminar. No veía nada. Al poco rato brilló el sol de nuevo y ví a lo lejos como se alejaba la niebla cubriendo de humedad las bellas Erica maderincola, endémicas de Madeira.

A lo lejos se puede ver el manto de niebla que barre las copas de las Erica maderincola, especialmente diseñadas para captar el máximo de humedad de la lluvia horizontal.

 
Dryopteris maderensis, rodeada de otro helecho que parece musgo, la Selaginella kraussiana, alóctona asilvestrada, muy abundante en Madeira y las Azores. No parece perjudicar en nada a las Dryopteris dado su crecimento en forma de musgo que retiene la humedad al actuar como una esponja.

Otro bellísimo endemismo maderense es la Dryopteris aitoniana, más pequeña que la anterior, con frondes claramente deltoideos cuando es joven y más alargados en la madurez. Las dos pinnas basales son algo más anchas que las demás y sus ápices se dirigen hacia arriba dibujando una V, detalle típico de este helecho.

Dryopteris aitoniana con frondes nuevas. Su color verde claro llama mucho la atención. La fronde superior tiene las dos pinnas basales con la típica forma en V. El ápice de la lámina y de las pinnas es caudado o acuminado, es decir, alargado como si fuera una pequeña cola (cauda en lenguaje botánico).

Y más al norte, perdidas en medio del océano Atlántico, como una reminiscencia de lo que pudo ser la mítica y paradisíaca Atlántida, se encuentran las Islas Azores, las más húmedas y frescas de la Macaronesia. En ellas la lluvia horizontal alcanza su máximo esplendor. Subir a la cima de un volcán en cualquiera de sus islas es una experiencia inolvidable que deja una huella indeleble en nuestra memoria.

Cráter en la cima del volcán central de la Isla de Faial del Archipiélago de las Azores,  llamado Caldeira do Faial, que contiene a su vez otro pequeño volcán y un lago. Sus laderas tanto externas como internas están cubiertas por una exuberante vegetación con una gran riqueza en endemismos azorianos. Reina un silencio absoluto, tanto que crees estar soñando, casi volando en un mundo mágico de ensueño. Ni la mejor de las sesiones de yoga es capaz de serenarte tanto el alma. La belleza de este edénico lugar es inolvidable. (Doble click sobre la foto para ampliarla)

En la cima de este volcán se puede experimentar a diario el fenómeno de la lluvia horizontal que mantiene empapada permanentemente la vegetación. Allí arriba crecen la Daboecia azorica, con su hábito rastrero tapizante como una alfombra verde y rosa, la Erica azorica, con su aspecto antediluviano adaptado a la condensación de la lluvia horizontal, y los helechos Dryopteris azorica y Dryopteris crispifolia.

Alfombra verde y rosa de Daboecia azorica con dos ejemplares de Dryopteris azorica y unos cuantas Erica azorica jóvenes.

Pequeñísimas flores de Daboecia azorica, de la família de las Ericaceae, a principios de mayo, que sobresalen por encima de la alfombra de hojas.

Haciendo doble click sobre la foto se aprecia mejor la belleza de este endemismo, Erica azorica, con su aspecto antediluviano y sus hojas dispuestas en cúmulos para captar y condensar mejor la lluvia horizontal.

Dryopteris azorica junto al tronco de una Cryptomeria japonica gigantesca. Esta conífera fue introducida en las Islas Azores como árbol maderero para repoblar las tierras robadas a la laurisilva. Su adaptación al clima azoriano ha sido tan exitosa que se ha asilvestrado y ha cubierto de bosques inmensos las laderas de las montañas volcánicas del archipiélago. 

En esta foto se puede apreciar la perfecta sintonía entre la alóctona asilvestrada Cryptomeria japonica y las endémicas Dryopteris azorica y Dryopteris crispifolia, que viven muy a gusto sobre el grueso mantillo formado por las hojas descompuestas de las cryptomerias. Su ph extremadamente ácido no las perjudica en absoluto.

Y por último la Dryopteris crispifolia, un extraño helecho azoriano de frondes rizadas, que gusta de los claros entre la espesa vegetación. Es relativamente abundante a partir de los 800 msnm.

Dryopteris crispifolia brotando frondes nuevas a los pies de una Erica azorica a principios de mayo.

Fronde rizada de Dryopteris crispifolia. Arriba a la derecha se ve una hoja de la alóctona asilvestrada Hydrangea macrophylla, una planta de jardín ampliamente cultivada llamada Hortensia, que en las Islas Azores se ha convertido en un problema medio ambiental muy preocupante por su gran capacidad invasiva.

2 comentarios:

  1. Magnífico Joan, el blog y las descripciones detalladas son una auténtica delicia. Te felicito por tu gran contribución.

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